lunes, 26 de marzo de 2012

JFK - II

Durante mucho tiempo recordó aquel reencuentro fortuito y aquel mensaje de correo, pero siguió con sus cosas, con sus reuniones, con sus idas y venidas, con su carpeta y con sus cafés insípidos a media mañana.

Pasó el tiempo y parecía que aquel JFK hubiese desaparecido de su vida. Muchas veces esperaba encontrarlo de nuevo en el aparcamiento, o ver a su dueño subir la pendiente que conducía a la entrada de aquel infernal conjunto de ladrillos, hierros y palabras sin sentido. Todavía conservaba en su memoria aquel mensaje en el que él le decía que la había visto alejarse.

 Araña y rueda

Aquel día estaba cansada y se sentía especialmente encerrada en sus silencios. El frío cortante de la mañana le había restado eficacia y notaba como todo el mundo la miraba con desasosiego. Cerró el despacho y se dirigió a la salida, con el paquete de tabaco y el mechero en la mano. No dio explicaciones. No avisó a nadie. No introdujo la maldita tarjeta en la ranura. Simplemente salió.

Descendió la pendiente y se sentó en un banco de piedra que había cerca de la verja del aparcamiento. En su cabeza se mezclaron los recuerdos, miles de imágenes a las que no había dado nunca importancia, palabras sueltas, miradas de desaprobación, gestos de complicidad… Pero nada tenía sentido. Él nunca volvería y, si lo hacía, estaba segura de que todo sería diferente. Se acercó al bar de la esquina, pidió un café para llevar y volvió de nuevo al banco de piedra. Durante un tiempo indefinido, encendió un cigarro con otro y consumió a pequeños sorbos aquel café amargo.
Mientras observaba como un pajarillo recogía migas del suelo, sintió que una mano se posaba en su hombro izquierdo. Se sobresaltó y su enésimo cigarro de la mañana rodó por el suelo sin apagarse. No fue capaz de volver la cabeza. De sus labios salió solamente una frase: “Dejadme en paz, por favor”.

Se hizo un silencio. La mano se retiró de su hombro. Al cabo de unos segundos, a su espalda, una voz susurró: “Soy yo. Acabo de llegar…”

Era él…

miércoles, 21 de marzo de 2012

OTRA PRIMAVERA



El tiempo pasa.
Los ciclos se repiten.
Pero los colores y las luces no son las mismas.
O no es el mismo el enfoque.
¿Qué sé yo?

De fotografía no entiendo nada...

martes, 20 de marzo de 2012

DIÁSPORA

La sonoridad de esta palabra siempre me ha inquietado. Es una esdrújula con carácter, que llena la boca nada más llegar a la tercera letra, una “a” acentuada, abierta, rotunda, contundente y cortante, levemente prolongada por la cuarta, una “s” que obliga a cerrar los dientes y prepara los labios para la explosión de una “p” redonda, a la que siguen una “r” y una “a”, suaves y, quizás, esperanzadoras.

También me inquieta su significado. Un viejo “Diccionario Anaya de la Lengua Española” (Villanueva, 1991, coord., y otras personas) define este vocablo, procedente del griego diáspora=dispersión, como “la salida forzada del pueblo judío de Palestina y su asentamiento en otros lugares, dando lugar a su diseminación”. En su segunda acepción la define como “una dispersión de individuos humanos”, aunque debería decir “dispersión de personas”, puesto que cuando una población se dispersa, son las niñas y niños, hombres, mujeres y personas ancianas las que lo hacen. Cosas del sexismo lingüístico.

BUSSS


Y me inquieta porque pertenezco a una tierra que ha tenido siempre una gran parte de su población en la diáspora y por motivos diversos, aunque los más importantes han sido los económicos. Primero por las consecuencias de la crisis de 1929, luego por las de la guerra civil española de 1936… Y parece que, en el momento actual, estamos de nuevo ante un hecho que está provocando que, la poca población joven de Galicia, tenga que salir fuera de este hermoso país, si quiere encontrar un futuro con posibilidades.

Hace algún tiempo, alguien me envió un texto de Concha Caballero, publicado en El País en 2010, en el que habla de ese nuevo éxodo de personas jóvenes, bien formadas en nuestras universidades y escuelas, que se ven obligadas a salir de su entorno porque en él no encuentran espacio para desarrollar sus potencialidades, ni se les proporciona un espacio laboral adecuado para que puedan contribuir con su trabajo al desarrollo de la sociedad a la que pertenecen.

Ese artículo me llevó de nuevo a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con el futuro. Formamos a nuestra gente y después no le damos oportunidades para poner en práctica esa formación. Y lo que es más grave, en los últimos tiempos, escatimamos también en formación, pues parece que la educación y la formación fuesen más un gasto inútil que una inversión de futuro. Las consecuencias de esto son imprevisibles, aunque casi me atrevería a asegurar que lo que nos va a quedar será una tierra deshabitada, desierta de iniciativas.

Por eso la palabra “diáspora” me inquieta. Cuando una población se desplaza pierde una parte importante de sus raíces. La primera la lengua. Después la música, la cultura, las artes y las ciencias. Y aunque quede constancia de que ha existido, no dejará de ser una muestra de lo que fue en el pasado, perdido simplemente porque alguien se empeña en considerar que ni la educación ni el fomento y apoyo a iniciativas emprendedoras son las únicas armas para la conservación de las raíces de un pueblo.

lunes, 12 de marzo de 2012

11 M... 11

Salió de la ducha. Iba con el tiempo justo y tenía que darse prisa. Sabía que si perdía el tren otra vez, el despido era inminente. En el ambiente flotaba el humo del primer cigarro del día y todavía se percibía el olor a café recién hecho y a pan tostado.
No se molestó en secar el pelo, simplemente lo arregló con los dedos. Ventajas de llevar el pelo corto. Se puso crema hidratante en la cara y un poco de maquillaje. Perfiló las líneas de los ojos con un lápiz azul y puso una máscara, también azul, a sus pestañas. Vistió el mismo pantalón vaquero que había puesto el día anterior y sacó de su armario aquella camisa larga que le había regalado su hermano en Navidad, llena de matices azules y amarillos. Buscó en el cajón de la mesilla los pendientes, el collar, una sortija y una pulsera de lapislázuli y ámbar, herencia de su madre. Sacó del zapatero unas botas planas y azules, de ante, y las cerró sobre el pantalón.
Del perchero descolgó el viejo bolso azul de piel y metió en él todo lo necesario. Vistió un abrigo ligero negro, anudó al cuello un pañuelo de seda amarillo dorado y salió. Eran las 7:25, tiempo justo para llegar a Atocha.





Recorrió el trayecto hasta la estación andando, casi corriendo. Por el camino se cruzó con las mismas caras soñolientas de todos los días. Se preguntaba si Ana estaría esperándola en el banco de siempre o si ya se habría subido al tren. Ana era muy puntual, pero ella siempre llegaba con retraso. Aquel día no. Aquel día iba bien de tiempo.


Cuando llegó a la estación eran las 7:50. Atocha era un infierno…

miércoles, 7 de marzo de 2012

V

El cielo en Granada desde Sierra Nevada

Dibujo otra verdad con aquella
asesinando las flores marchitas de los rosales,
para que diciembre traiga otras
heladas ya en el brote,
cubiertas por un manto de silencio,
ocultas por las nieblas que surgen de la tierrra.

 Ya no hay luz más que unas horas,
y quizás pueda aflojar el tornillo
y recorrer la realidad sin miedo a tropezar.
Los milagros de la vida y de la muerte
se unen para rescatarme de la jaula
y escribo en blanco sobre negro...
No pierdo la esperanza...

¿Habrá luz entre estas sombras insensatas?