jueves, 30 de agosto de 2012
sábado, 11 de agosto de 2012
VÍA MUERTA
Era
temprano cuando sonó el timbre del despertador. Aunque su cuerpo se empeñaba en
seguir aferrado al sofá, sintió que en aquella fría madrugada de invierno algo le
llamaba. Se levantó y se acercó a la ventana. A través del cristal vio que el
aguanieve arreciaba por momentos y que los árboles de la alameda se movían al
furiosos compás del viento. Fue al baño, lavó la cara y arregló un poco el pelo.
Con
parsimonia, recogió todos los documentos de su mesa de trabajo y los metió en
una carpeta que guardó en el cajón. Colocó los libros en el estante, los lápices
en el lapicero y unas fotos viejas y amarillentas en una caja blanca de cartón.
Vació el cenicero, lo lavó cuidadosamente y lo dejó de nuevo sobre la mesa. Ató
la bolsa de basura y la sacó al rellano. Fue comprobando, en cada estancia de
su pequeño espacio, que todo estuviese en orden. El lavavajillas vacío y el
menaje en los armarios de la cocina. La lavadora abierta, para que no se
estropease la goma con la humedad. El tendal desocupado y la ropa escrupulosamente
organizada en el armario. La cama bien hecha, con ropa limpia.
Volvió
a su mesa de trabajo y encendió el ordenador. Eliminó su carpeta personal y
abrió su cuenta de correo. Con mucha calma releyó todos los mensajes de su
familia y de sus amistades, para luego seleccionarlos y eliminarlos
definitivamente. Apagó el ordenador, desenchufó todos los cables de la red y
sacó la clavija de conexión del teléfono. Abrió la tapa del teléfono móvil,
extrajo la tarjeta, la hizo pedazos con unas tijeras, volvió a colocar la tapa en
la ranura, arrojó los restos al inodoro y tiró de la cisterna.
Sacó la cartera del bolsillo y la dejó sobre la mesa, al lado del teléfono
móvil.
Cerró
la llave general del agua, vistió su grueso anorak con capucha y enrolló una
bufanda al cuello. Desconectó la corriente eléctrica, cerró la puerta con llave
y se metió en el ascensor. Al llegar al portal, introdujo las llaves por la
ranura del buzón de correo y salió.
La
calle estaba desierta. Ya estaba amaneciendo y una densa bruma, mezclada con la
lluvia y el viento, envolvió lo poco que quedaba visible de su rostro. Con las
manos en los bolsillos y sin levantar apenas la cabeza, comenzó a caminar hacia
la estación de tren. No tenía prisa. Tampoco tenía billete, ni documentación.
Esperándote
Cuando
llegó comenzó a caminar de un lado a otro del andén. La poca gente que había iba
y venía con sus cosas. Entró en la cafetería y pidió un café solo. Lo bebió de
un trago, dejando unas monedas sobre el mostrador, sin pensar si sería
suficiente. Era todo lo que llevaba encima y salió antes de que nadie le reclamase
nada. Se encaminó hacia el final del andén y rebasó el límite de la estación. Continuó
andando por la vía, hasta que sus pisadas se confundieron con los raíles y las
piedras. No volvió la vista atrás.
Empezó
a sentir calor, sacó la bufanda y el anorak y los tiró. Poco a poco la mañana
iba clareando y sintió como aquel viento frío penetraba en su sangre. Sin saber
cómo llegó al puente y sintió que una ráfaga de libertad lo golpeaba. No miró
atrás ni vio lo que había delante. Sólo se dejó llevar. La lluvia y la niebla ya eran parte de él…
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