jueves, 30 de agosto de 2012

JFK - IV

Rubbing on the dune

Xulio López

 

Guardó el mechero en el bolsillo y tiró en la papelera el vaso de café y el paquete de tabaco vacío. Ascendió la pendiente y entró en el edificio sin mirar atrás. Entró en su despacho y recogió los papeles de la mesa. Puso el abrigo, colgó el bolso de su hombro izquierdo y se metió en el ascensor. Al llegar a recepción, dejó las llaves y la tarjeta en el mostrador y se dirigió al aparcamiento. JFK seguía allí. Entró en su coche, colocó el cinturón de seguridad, giró la llave del contacto y arrancó el motor. Volvieron a sonar las sirenas de las ambulancias y se hizo a un lado. Cuando vio que la calzada estaba libre, emprendió el camino de regreso.

Eran las 9 de la noche cuando despertó. En la mesa del salón había restos de comida y una lata de cerveza vacía. Trató de pensar con calma en lo que había pasado aquella mañana, pero le dolía la cabeza y todavía tenía sueño. Fue a la cocina y bebió un vaso de agua. Luego se dirigió a su habitación y, al verse en el espejo, se dio cuenta de que todavía llevaba puesto el abrigo. Se desvistió con calma, se puso un pijama, regresó al salón y recogió la mesa. Escuchó los mensajes del contestador automático, buscó en el bolso un paquete de tabaco y un mechero y se sentó delante del ordenador.
Abrió su cuenta de correo y fue leyendo y contestando uno a uno cada mensaje. Cuando estaba a punto de cerrarla, entró uno que llamó su atención…

“De: lapecera_2281@...”
“Asunto: Invitación”
“No puedo dejar de pensar en nuestro encuentro de esta mañana. Tengo la impresión de que me guardas rencor por haber dejado mi trabajo en la empresa sin haberte avisado, pero me gustaría contarte por qué lo hice así, puesto que creo que te debo una explicación.
Insisto en que me gustaría cenar contigo antes de viajar a Riga. He retrasado el vuelo hasta el sábado, así que todavía quedan dos días. Tú decides si quieres o no cenar conmigo y eliges el día, la hora y el sitio. Pero si no te interesa lo que pueda contarte, no respondas y elimina este mensaje…” 

Su corazón dio un vuelco. Era él, de nuevo, desde una cuenta desconocida. ¿De dónde habría sacado eso de “la pecera_2281”? La pecera… Giró la cabeza hacía la estantería que había al lado de la puerta. Allí estaba aquel globo de cristal lleno de piedrecitas, pequeños papeles y una foto… Se levanto y buscó entre aquella extraña mezcla uno especial.

Dos de febrero de… Sta. Lucía, 81… Una pequeña casa de madera alquilada en una urbanización cercana a la playa, lejos de cualquier parte. Habían sido unas buenas vacaciones. Sí. Dos semanas de paseos al aire libre, con la bufanda enrollada al cuello y el gorro calado hasta los ojos, libros, bocadillos en la estación de tren, dos pequeñas maletas, arena, lluvia, mucha lluvia… Y mucho frío.

sábado, 11 de agosto de 2012

VÍA MUERTA

Era temprano cuando sonó el timbre del despertador. Aunque su cuerpo se empeñaba en seguir aferrado al sofá, sintió que en aquella fría madrugada de invierno algo le llamaba. Se levantó y se acercó a la ventana. A través del cristal vio que el aguanieve arreciaba por momentos y que los árboles de la alameda se movían al furiosos compás del viento. Fue al baño, lavó la cara y arregló un poco el pelo.
Con parsimonia, recogió todos los documentos de su mesa de trabajo y los metió en una carpeta que guardó en el cajón. Colocó los libros en el estante, los lápices en el lapicero y unas fotos viejas y amarillentas en una caja blanca de cartón. Vació el cenicero, lo lavó cuidadosamente y lo dejó de nuevo sobre la mesa. Ató la bolsa de basura y la sacó al rellano. Fue comprobando, en cada estancia de su pequeño espacio, que todo estuviese en orden. El lavavajillas vacío y el menaje en los armarios de la cocina. La lavadora abierta, para que no se estropease la goma con la humedad. El tendal desocupado y la ropa escrupulosamente organizada en el armario. La cama bien hecha, con ropa limpia.
Volvió a su mesa de trabajo y encendió el ordenador. Eliminó su carpeta personal y abrió su cuenta de correo. Con mucha calma releyó todos los mensajes de su familia y de sus amistades, para luego seleccionarlos y eliminarlos definitivamente. Apagó el ordenador, desenchufó todos los cables de la red y sacó la clavija de conexión del teléfono. Abrió la tapa del teléfono móvil, extrajo la tarjeta, la hizo pedazos con unas tijeras, volvió a colocar la tapa en la ranura, arrojó los restos al inodoro y tiró de la cisterna. Sacó la cartera del bolsillo y la dejó sobre la mesa, al lado del teléfono móvil.
Cerró la llave general del agua, vistió su grueso anorak con capucha y enrolló una bufanda al cuello. Desconectó la corriente eléctrica, cerró la puerta con llave y se metió en el ascensor. Al llegar al portal, introdujo las llaves por la ranura del buzón de correo y salió.
La calle estaba desierta. Ya estaba amaneciendo y una densa bruma, mezclada con la lluvia y el viento, envolvió lo poco que quedaba visible de su rostro. Con las manos en los bolsillos y sin levantar apenas la cabeza, comenzó a caminar hacia la estación de tren. No tenía prisa. Tampoco tenía billete, ni documentación.


Esperándote


 
Cuando llegó comenzó a caminar de un lado a otro del andén. La poca gente que había iba y venía con sus cosas. Entró en la cafetería y pidió un café solo. Lo bebió de un trago, dejando unas monedas sobre el mostrador, sin pensar si sería suficiente. Era todo lo que llevaba encima y salió antes de que nadie le reclamase nada. Se encaminó hacia el final del andén y rebasó el límite de la estación. Continuó andando por la vía, hasta que sus pisadas se confundieron con los raíles y las piedras. No volvió la vista atrás.
Empezó a sentir calor, sacó la bufanda y el anorak y los tiró. Poco a poco la mañana iba clareando y sintió como aquel viento frío penetraba en su sangre. Sin saber cómo llegó al puente y sintió que una ráfaga de libertad lo golpeaba. No miró atrás ni vio lo que había delante. Sólo se dejó llevar.  La lluvia y la niebla ya eran parte de él…