Lentamente volvió la mirada hacia aquella voz
serena. Era él. Sus ojos se encontraron de nuevo con el lunar pardo de su sien
derecha, con su pelo canoso y ondulado, con su indescriptible sonrisa… No supo
qué decir. De su boca salió apenas un saludo susurrado que se perdió entre los
trinos de los pajarillos.
Él se sentó a su lado, en silencio. Ella volvió la
vista al otro lado de la calle, donde los coches de apresuraban a hacer un
hueco a las sirenas. La gente se agolpaba en las aceras, con sus bolsas y
paquetes, con libros y carpetas, con sus vidas colgadas al hombro…
Ausencia - Miles de páginas
- ¿Cómo estás?
- Bien. Supongo. ¿Tú?
- Sí, bien. Supongo, también…
- ¿Qué haces aquí hoy? Creí que continuabas de viaje.
- Bueno. Sí y no. Vengo por un par de días.
- ¡Ah! Eso es poco tiempo. ¿Te merece la pena?
- No lo sé, pero hasta mañana por la noche no tengo que embarcar de nuevo y pensé que tal vez estaría bien volver por aquí para ver cómo va todo.
- Ya… Todo va bien. ¿Has entrado ya a saludar a la gente?
- No. No he tenido tiempo. Acabo de llegar. Todavía tengo las maletas en el coche y aún no fui a casa.
- Necesitarás una ducha, imagino…
- Sí… ¿Tan mal me ves?
- No. No te veo mal.
- Y, ¿cómo va todo ahí dentro?
- Bien, creo, pero siempre puedes comprobarlo tú mismo. Hace meses que dejaste tu despacho y, por lo que sé, ya te han sustituido…
- Ya lo sé. Ya no formo parte de esto…
- ¡Ah! ¿Lo sabías?
- Sí. Esa fue la condición.
- La condición, ¿para qué?
- Para marchar.
- ¿Tan mal estabas?
- Sí.
- Pues no lo entiendo...
- Es que no hay nada que entender. Estaba mal y decidí marchar. ¿Es tan difícil de entender?
- No. Pero si estabas mal, no sé por qué nunca dijiste nada. Siempre pensé que teníamos una amistad fuerte y sólida…
- Y la tenemos, ¿no?
- Tú sabrás. Las amistades creo que están para apoyarse y ayudarse y con tu repentina marcha no fue eso lo que mostraste.
- No sé. Percibo un tono de reproche en tus palabras. Creo que habría sido mejor no haber venido a verte. Pensé que te alegrarías…
- Ya. Te vas sin decir ni palabra, vienes y no haces por encontrarme, pero me envías recado de que me viste, luego vuelves a aparecer aquí, con la pretensión de que me alegre, de que entienda que estabas mal y que decidiste irte. Simplemente. Sin más…
- Oye, no quiero discutir contigo. No he venido aquí para eso…
- Vale. Entonces, ¿a qué vienes?
- Sólo venía a verte…
- Bien. Pues ya me has visto. Entra si quieres a saludar, coge tu JFK con tus maletas, tus billetes de avión, tus conferencias y vete…
- Veo que no estás tan bien como dices. Si quieres me quedaré un par de días más. Puedo cambiar los vuelos…
- ¿Sí? Pues no los cambies. No te va a merecer la pena. Con un par de días no se arregla lo estropeado durante años. Hace tiempo que reconozco que en todo esto me he equivocado...
- No es cuestión de equivocarse o no. Lo que pasó, pasó, pero podemos empezar de nuevo…
- ¿Otra vez? ¡Esta sí que es buena! Empezar, ¿qué? ¿Qué quieres empezar? ¿Con quién? ¿Dónde?
- Quiero empezar de nuevo, aquí, ahora, contigo.
- Ya… ¿Con otro billete de avión?
- Con el último. Me queda una conferencia en Riga. ¿Quieres venir?
- ¿A Riga? ¡Tú estás soñando! ¿Y mi trabajo? Sabes que necesito trabajar, sabes cuál es mi mundo. No tengo otro más que éste y ése es uno de nuestros problemas…
- Vale, lo sé, pero podría arreglarse… ¿Qué te parece si cenamos juntos?
- No lo sé... Mejor, no.
- Ya... ¿Tu número de teléfono sigue siendo el mismo?
- A eso no voy a contestarte.
- ¿Te vas?
- Claro. Tengo trabajo… Gracias por tu visita.