Guardó el mechero en el bolsillo y tiró en la
papelera el vaso de café y el paquete de tabaco vacío. Ascendió la pendiente y
entró en el edificio sin mirar atrás. Entró en su despacho y recogió los
papeles de la mesa. Puso el abrigo, colgó el bolso de su hombro izquierdo y se
metió en el ascensor. Al llegar a recepción, dejó las llaves y la tarjeta en el
mostrador y se dirigió al aparcamiento. JFK
seguía allí. Entró en su coche, colocó el cinturón de seguridad, giró la llave
del contacto y arrancó el motor. Volvieron a sonar las sirenas de las
ambulancias y se hizo a un lado. Cuando vio que la calzada estaba libre,
emprendió el camino de regreso.
Eran las 9 de la noche cuando despertó. En la mesa
del salón había restos de comida y una lata de cerveza vacía. Trató de pensar
con calma en lo que había pasado aquella mañana, pero le dolía la cabeza y
todavía tenía sueño. Fue a la cocina y bebió un vaso de agua. Luego se dirigió
a su habitación y, al verse en el espejo, se dio cuenta de que todavía llevaba
puesto el abrigo. Se desvistió con calma, se puso un pijama, regresó al salón y
recogió la mesa. Escuchó los mensajes del contestador automático, buscó en el
bolso un paquete de tabaco y un mechero y se sentó delante del ordenador.
Abrió su cuenta de correo y fue leyendo y
contestando uno a uno cada mensaje. Cuando estaba a punto de cerrarla, entró
uno que llamó su atención…
“De:
lapecera_2281@...”
“Asunto:
Invitación”
“No
puedo dejar de pensar en nuestro encuentro de esta mañana. Tengo la impresión
de que me guardas rencor por haber dejado mi trabajo en la empresa sin haberte
avisado, pero me gustaría contarte por qué lo hice así, puesto que creo que te
debo una explicación.
Insisto
en que me gustaría cenar contigo antes de viajar a Riga. He retrasado el vuelo
hasta el sábado, así que todavía quedan dos días. Tú decides si quieres o no
cenar conmigo y eliges el día, la hora y el sitio. Pero si no te interesa lo
que pueda contarte, no respondas y elimina este mensaje…”
Su corazón dio un vuelco. Era él, de nuevo, desde
una cuenta desconocida. ¿De dónde habría sacado eso de “la pecera_2281”?
La pecera… Giró la cabeza hacía la estantería que había al lado de la puerta.
Allí estaba aquel globo de cristal lleno de piedrecitas, pequeños papeles y una
foto… Se levanto y buscó entre aquella extraña mezcla uno especial.
Dos de febrero de… Sta. Lucía, 81… Una pequeña casa
de madera alquilada en una urbanización cercana a la playa, lejos de cualquier
parte. Habían sido unas buenas vacaciones. Sí. Dos semanas de paseos al aire
libre, con la bufanda enrollada al cuello y el gorro calado hasta los ojos,
libros, bocadillos en la estación de tren, dos pequeñas
maletas, arena, lluvia, mucha lluvia… Y mucho frío.
Me gusta tu narrativa Concha.
ResponderEliminarEsta historia cada vez se pone más interesante.
"Yo de ella iría a cenar a escuchar sus argumentos"
Interesante foto.
Seas bienvenida Concha
Una abraçada / bicos
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Escribes bien, condenada. Pronto deberías hacer un libro.
· bqÑs mts
CR· & ·LMA
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Pero no tardes tanto con la historia...! (que se me olvida) :-)
ResponderEliminary a mí que me encanta la intriga...!
la foto de tu hermano, muy especial para ilustrar este post.
Besos.
te digo como los que me preceden... tardas tanto en publicar que se nos olvidan los antecedentes de la historia... una historia muy intrigante, por cierto.
ResponderEliminaryo creo que irá a cenar y así nosotros también sabremos más cosas.
biquiños,
Acabo de descubrirte e encántame como escribes e vexo que temos moitos puntos en común en canto ao enfoque dos nosos blogues, empezando polo título...
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