La sonoridad de esta palabra siempre me ha inquietado. Es una esdrújula con carácter, que llena la boca nada más llegar a la tercera letra, una “a” acentuada, abierta, rotunda, contundente y cortante, levemente prolongada por la cuarta, una “s” que obliga a cerrar los dientes y prepara los labios para la explosión de una “p” redonda, a la que siguen una “r” y una “a”, suaves y, quizás, esperanzadoras.
También me inquieta su significado. Un viejo “Diccionario Anaya de la Lengua Española” (Villanueva, 1991, coord., y otras personas) define este vocablo, procedente del griego diáspora=dispersión, como “la salida forzada del pueblo judío de Palestina y su asentamiento en otros lugares, dando lugar a su diseminación”. En su segunda acepción la define como “una dispersión de individuos humanos”, aunque debería decir “dispersión de personas”, puesto que cuando una población se dispersa, son las niñas y niños, hombres, mujeres y personas ancianas las que lo hacen. Cosas del sexismo lingüístico.
BUSSS
Y me inquieta porque pertenezco a una tierra que ha tenido siempre una gran parte de su población en la diáspora y por motivos diversos, aunque los más importantes han sido los económicos. Primero por las consecuencias de la crisis de 1929, luego por las de la guerra civil española de 1936… Y parece que, en el momento actual, estamos de nuevo ante un hecho que está provocando que, la poca población joven de Galicia, tenga que salir fuera de este hermoso país, si quiere encontrar un futuro con posibilidades.
Hace algún tiempo, alguien me envió un texto de Concha Caballero, publicado en El País en 2010, en el que habla de ese nuevo éxodo de personas jóvenes, bien formadas en nuestras universidades y escuelas, que se ven obligadas a salir de su entorno porque en él no encuentran espacio para desarrollar sus potencialidades, ni se les proporciona un espacio laboral adecuado para que puedan contribuir con su trabajo al desarrollo de la sociedad a la que pertenecen.
Ese artículo me llevó de nuevo a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con el futuro. Formamos a nuestra gente y después no le damos oportunidades para poner en práctica esa formación. Y lo que es más grave, en los últimos tiempos, escatimamos también en formación, pues parece que la educación y la formación fuesen más un gasto inútil que una inversión de futuro. Las consecuencias de esto son imprevisibles, aunque casi me atrevería a asegurar que lo que nos va a quedar será una tierra deshabitada, desierta de iniciativas.
Por eso la palabra “diáspora” me inquieta. Cuando una población se desplaza pierde una parte importante de sus raíces. La primera la lengua. Después la música, la cultura, las artes y las ciencias. Y aunque quede constancia de que ha existido, no dejará de ser una muestra de lo que fue en el pasado, perdido simplemente porque alguien se empeña en considerar que ni la educación ni el fomento y apoyo a iniciativas emprendedoras son las únicas armas para la conservación de las raíces de un pueblo.
Se me había pasado !!
ResponderEliminarDe acuerdo totalmente, una palabra vigente en la actualidad. En mi tierra de nacimiento está pasando igual.
Una pena y una sinrazón.
Abrazos
· Yo no sé si llamarlo diáspora... emigración forzada, obligada, podría ser más ecuánime para retratar una dura realidad. A ello le añadimos el resultado de una inversión ruinosa, por las cuantiosas cantidades invertidas en formar a los gestores de nuestro futuro, que dejarán sus frutos en países que no han gastado un duro. En cualquier caso, queda el fracaso de una sociedad que no ha sabido elegir mejor a sus clases dirigentes. más preocupados por sus intereses personales que por los colectivos.
A Xulio le diría que esa foto, en sus excelentes B/N, aportaría más fuerza a tus palabras.
· BQÑSMTS
CR & LMA
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